La Universidad de Guadalajara entró en turbulencia. Lo que comenzó el miércoles como “asambleas estudiantiles autónomas” pronto se transformó en trifulcas virales: gritos, golpes, bloqueos y hasta un intento de tomar el edificio de Rectoría. El jueves repitieron la función en el CUCSH con más aventones, más caos y la consabida narrativa de “represión estudiantil”.
Mientras tanto, la Rectoría respondió con el comunicado clásico: repudiar la violencia, reafirmar el diálogo… y nada más.
La gran pregunta: ¿dónde está Karla Planter, la flamante rectora? ¿Por qué no da la cara, explica, confronta, ejerce el poder político que su cargo exige? ¿Será que todavía espera a que el exrector Ricardo Villanueva le escriba el guion?
La verdad es que no se trata solo de estudiantes indignados con el proceso electoral del Consejo General Universitario. Lo que se juega aquí es el control de la maquinaria política y financiera de la UdeG. Y detrás de cada trifulca hay intereses de las tribus universitarias: viejos cuadros, sindicatos, directivos, grupos de poder que ven en la Rectoría una corona por disputar.
El vacío de poder es evidente. Raúl Padilla sabía mantener a raya a esas tribus, imponía disciplina y entendía que el poder universitario no es un aula, es un tablero de ajedrez. Hoy, sin su mano, el juego se desordena.
Si Karla Planter no muestra pronto que entiende la política interna de la Universidad, los tiburones la devorarán. La historia ya dio un aviso: en 2008, Carlos Jorge Briseño fue destituido por el Consejo General, un Consejo controlado en ese entonces —cómo no— por Raúl Padilla.
La lección es clara: en la UdeG, sin control político no hay Rectoría que dure. O Planter encuentra el manual del poder, o corre el riesgo de pasar a la historia como un títere más en manos de las tribus universitarias.
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