El asesinato de Ximena Guzmán Cuevas y de José Muñoz Vega, secretaria particular y asesor, respectivamente, de la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada, se suma a las decenas de homicidios que diariamente se registran en todo el país, en unos estados más que en otros, pero que se ha convertido no sólo en un fenómeno al que lamentablemente parece que nos estamos acostumbrando y, lo peor de todo, y eso lo sabemos todos, es que suceden porque simplemente en México reina la impunidad.
O sea, la indignación social que causó la muerte de Guzmán Cuevas y Muñoz Vega debe ser también por todas y cada una de las personas “anónimas” o “desconocidas” que a diario y a todas horas del día, en algún rincón del país, son asesinadas y pasan a formar parte de la estadística “negra” de la inseguridad que recorre lo largo y ancho de la República.
Sin embargo, el asesinato de Ximena Guzmán y José Muñoz tiene otro alcance no sólo por ser funcionarios públicos, sino por la cercanía que tenían nada menos que con gobierna la Ciudad de México, la capital del país, y que ha dado pie a toda clase de especulaciones o hipótesis, algunas de ellas dignas de tomarse en cuenta, como aquella que coincide en cuestionar si el crimen fue un mensaje para los altos niveles del gobierno federal y/o capitalino. O si tiene sólo un destinatario que debería de saber ya que lo era.
Alrededor de este suceso se han destacado algunos puntos importantes e interesantes: Sucedió el martes, a la hora cuando los mandos civiles de la seguridad pública y militares del país se encontraban presentes en la rueda de prensa “mañanera” de la presidenta Claudia Sheinbaum, después de la tradicional reunión de la mesa de seguridad. ¿Se pretendió que la noticia tuviera alcances inmediatos, a nivel nacional y prácticamente “en vivo” al ejecutarse ese día y a esa hora?
Se anota también, de acuerdo a la crónica en video compartida en redes sociales, que de todos estos mandos presentes en la “mañanera”, el único que fue notificado inmediatamente de la agresión fue el secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, pero no el secretario de la Defensa, Gral. Ricardo Trevilla, ni el comandante de la Guardia Nacional, Hernán Cortés Hernández, ni el fiscal general de la República, Alejandro Gertz Manero. Así quedó registrado.
En medio de todas las interrogantes que este crimen arroja y que hasta el momento no han encontrado respuesta, vale una más: ¿Qué sucederá con todos los demás funcionarios del gobierno de la Ciudad de México que como Ximena Guzmán y José Muñoz no tienen escoltas ni elementos de seguridad que los protejan, porque su labor, como el de los dos fallecidos, no lo ameritan, pero que pueden ser también “blanco” de una agresión de esta magnitud? Si Ximena y José no tenían protección es porque su responsabilidad y labor en el gobierno capitalino no obligaban a tenerla. ¿Qué sucederá, entonces, con los demás que están en sus mismas condiciones?
No me extiendo más en muchas otras preguntas que alrededor de este crimen ya han sido planteadas, como tampoco me sumaré a la especulación sobre el motivo, pero considero que sí es importante que anotemos y compartamos algunos apuntes que van surgiendo al paso de los días, porque detrás de estos dos asesinatos hay mucho más que un simple homicidio.
















